miércoles, 19 de septiembre de 2012

¿Y el tonto? Por la linde

Es sabio el refranero español. Si sueltas a un tonto por la linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Y este país está lleno de tontos. No cabe ni uno más. Hay más tondos que botellines. Y viene esto a cuento porque el domingo fuimos a correr la Media Maratón de Valladolid y se ve que habían soltado unos cuantos por la linde días atrás y dieron todos en coincidir en la meta de la carrera pucelana a la hora que llegábamos nosotros. Todos con carpeta y con gorra. Y es bien sabido que si a un tonto le das carpeta y gorra, ahí sí que la has cagado. No libras. Se creen algo, miran con altivez, como si trataran de olvidar por unas horas que sólo son una banda de ganapanes, y te dicen aquello de: "No sabes con quien estás hablando". Y no libramos. Descalificados. Que sí, que os lo prometo. Descalificados. Miguel, María y yo. Los tres.

Estamos desolados. Meses y meses de duros entrenamientos arruinados. María acababa de pulverizar el récord de Navatejera Este; Miguel se había convertido en el mejor árbitro de baloncesto con nombre que empieza por M y silbato de color naranja; y yo, que me quedaba sin la mejor marca del año de mi rellano que había hecho añicos. Tendremos que esperar a mejor ocasión para entrar en el Libro de los Récords.

Descalificados. Y como si fueseis el mismísimo Mourinho, os preguntaréis: "¿Por qué?". Que no. No seáis mal pensados. No fue por atajar. Ya sé que hacer dos horas es para que dudéis, pero creerme: no atajamos. Ni siquiera comimos un par de bocadillos de eritropoyetina caducados. Tampoco. Fue un problema más simple. Un problema de dos. De dos imperdibles que nos faltaban a nosotros y de dos neuronas que no le veían de serie al juez de la carpeta que estaba allí cobrando y encareciendo el precio de las inscripciones.

Descalificados. Un disgusto grande como un queso de bola. Todo a la basura por dos míseros imperdibles. Ni uno más, ni uno menos. Dos imperdibles que parece que faltaban para sujetar el dorsal en el pecho. No es que no se viera el dorsal, porque en ese caso no habrían podido descalificarnos. El número se veía perfectamente, pero en el manual que les dieron para seguir la linde hasta Zorrilla (con perdón) no incluía un test para comprobar su capacidad para mirar 10 centímetros por debajo del esternón. Dio igual que tratara de explicarles que no estoy gordo, que tengo el pecho bajo. 
Si te mandan mirar al pecho no hay por qué mirar a los huevos. Tampoco valió como explicación que el dorsal estaba colocado en una banda porta dorsales que como su propio nombre indica los jueces entendieron que es para freír tortillas de patata. 


Descalificados, pero sonrientes. Yo creo que el dorsal se ve bien, ¿no?

Descalificados. Claro que quizás el problema no fueran los dos imperdibles, sino perder el norte. Y el atletismo español hace tiempo que lo ha perdido. Es lo que pasa cuando tienes un presidente en la Federación Española que está más acabado que Luis Aguilé. Tienen que seguir viviendo y cobrando y quizás algún día haya que decir basta y no ir a correr carreras en las que haya jueces. O al menos que no haya jueces y chip a la vez que no estamos para pagar dos veces por lo mismo. Porque la pregunta es: ¿Para qué valen los jueces en una carrera en la que corres con chip? Y la respuesta es muy clara: Para nada. En la era digital sólo en el atletismo se puede necesitar a un tipo apuntando los números de unos dorsales que detecta una alfombra. En la era digital. sólo en el atletismo se pueden seguir homologando las distancias de las carreras con un tipo pedaleando en su bicicleta y contando las vueltas que da la rueda. Lo podría hacer uno de esos GPS que tienen una fiabilidad cercana al 100%, pero en el atletismo se le da más valor al número de vueltas que da la rueda de una bicicleta. Acojonante. Así se explica que la carrera de Valladolid en lugar de 21.097 metros tuviera casi 21.500 metros según mi GPS. Y entre un garrulo andando en bicicleta y contando las vueltas de la rueda (ignoro si por los dedos o haciendo palitroques en un cuaderno) y un GPS que detecta al milímetro donde estoy, me creo más al GPS. Ya lo sé, no soy nada sentimental.

Descalificados. Mereció la pena sólo por lo feliz que fue el tonto. Cuesta muy poco alegrar a un infeliz. Por la linde, pero feliz. Y nosotros felices, también. Descalificados, pero felices. A fin de cuentas, si no nos hubieran descalificado la del domingo sólo habría sido una media maratón más. Como tantas otras. 21 kilómetros para llegar a la meta y tomar un Acuarius que cuesta 0,30 € en el supermercado. Para siempre la Media de Valladolid será la de aquel día que nos descalificó un lechuguino que le preguntó a Miguel si llevábamos el dorsal tan bajo porque no teníamos huevos como ponía nuestra camiseta. No sabía el petimetre de la carrera que el único que puede descalificarnos es el Garmin de mi muñeca. Y ése dice que corrimos. Y por eso lo festejamos 
comiendo a lo grande (con ese invento maléfico que es el pan bregado, que en Valladolid tiene la categoría de plaga bíblica) para recuperar las 2.000 calorías quemadas. Es lo que tiene no ser un muerto de hambre, que comes hasta rellenar el depósito.

Así que ya lo sabéis. Tener cuidado si lleváis banda porta dorsales o no tenéis cuatro imperdibles. El domingo quedaban en Valladolid, pero vete tú a saber hacia dónde apuntaba la linde. Los reconoceréis fácilmente. Llevan carpeta y van uniformados. Si los veis acordaros de nosotros. Intentar que os descalifiquen. No os homologarán la marca para ser olímpicos en Río de Janeiro, pero os echaréis unas risas.